oaquín Urías / No creo que la polémica sobre el uso del
“velo” islámico en algunos institutos españoles haya cogido a nadie por
sorpresa. Cualquier lector habitual de prensa recuerda, sin duda, la
descomunal polémica sobre el asunto desatada en Francia hace seis o
siete años.
La cuestión es si, conociendo lo que pasó allí, seremos capaces de
evitar ahora una deriva similar o estamos trágicamente condenados a
repetir su historia.
En Francia a mediados de 1989 a un par de niñas –Leila y Fátima- se les prohibió acudir a su instituto llevando el ‘hiyab’,
es decir, el pañuelo islámico que les cubría todo el cabello. La
dirección del centro educativo justificó la medida en la necesidad de
“respetar el carácter laico” del establecimiento escolar.
Inmediatamente, numerosas organizaciones de izquierdas y
antirracistas salieron en defensa del derecho a llevar velo y otras en
contra. Aunque las niñas llegaron a un acuerdo con el centro (se
quitaban el pañuelo durante las clases pero lo llevaban el resto del
tiempo) la convulsión social ya no se detuvo. L’Humanité, el periódico
del partido comunista francés, encabezó la lucha a favor del derecho a
llevar velo, en aras del respeto a su cultura. Frente a él, Liberation,
el gran diario de izquierdas, tomó partido por la necesidad radical de
prohibición de símbolos religiosos.
Inmediatamente por todo el país comenzaron a surgir institutos que
prohibían el velo. En casi ninguno de ellos la cuestión del velo había
sido un problema hasta entonces. Centenares de niñas fueron expulsadas
en los años siguientes, mientras se sucedían debates, manifestaciones y
todo tipo de opiniones y estudios sobre la laicidad y el uso del velo en
los centros escolares públicos.
Casi todos los casos acabaron en los Tribunales, que demostraron que
tampoco tenían una única solución, de modo que prácticamente la mitad
de las expulsiones fue anulada y la otra mitad mantenida. La situación
se volvió insostenible. No sólo era una causa de profunda división en el
país, sino que el uso o no del velo se convirtió en una toma de
posición mucho más radical de lo que había sido antes.
Finalmente el presidente Chirac encargó a una Comisión, dirigida por
Bernard Stasi, la elaboración de un proyecto de ley que en 2004 resultó
aprobado por amplia mayoríaen el Parlamento francés. Conforme a la nueva
ley francesa, quedó prohibido todo signo religioso “ostensible” en las
escuelas francesas. Pese a quienes anunciaban catástrofes y rebeliones
la ley ha sido bien aceptada por la sociedad y la polémica, hoy día,
prácticamente ha desaparecido.
La experiencia francesa debería servir de algo ahora que se ha
planteado el primer caso español. No parece que por ahora sea así: en
los medios de comunicación españoles y en los debates en las redes
sociales se están repitiendo, calcados, los argumentos franceses.
Conviene señalar que en Francia, como aquí, la izquierda se hallaba
dividida sobre el tema. En ese ámbito político de un lado se invocaba la
laicidad del Estado y la libertad de la mujer y del otro el respeto a
las distintas culturas que, por la inmigración, han pasado a formar
parte de la sociedad. Exactamente igual que sucede ahora en España.
En el ámbito político de la derecha, sin embargo, no sucede igual.
Toda la derecha francesa, en bloque, se alineó en contra del velo y por
la laicidad de la república. Aquí, en cambio, el peso de la Iglesia
Católica ha llevado a distintos sectores a apoyar la libertad de llevar
signos religiosos en los centros educativos públicos, sean de la
religión que sean.
Una visión de conjunto del problema lleva a la conclusión de que no
hay soluciones evidentes ante un problema con tantas perspectivas en
juego. Ante todo combiene destacar que hay dos líneas esenciales de
discusión. De una parte está el debate sobre la posición de la mujer, de
otro el debate sobre la religión en la escuela. En Francia se habló
mucho más sobre escuela y laicidad, aquí, por el contrario, por ahora
parece que se habla más de mujer y escuela.
A primera vista parece que esta perspectiva favorece esencialmente a
la Iglesia católica. Una vez que se frustró toda polémica en torno a la
presencia de crucifijos en las escuelas, acallando incluso cualquier
intento de aplicación de la reciente Sentencia del Tribunal Europeo de
Derechos Humanos sobre el tema. La Sentencia no era unívoca, pero aquí
se sofocó el debate público nada más nacer. Ahora, con el velo, parece
que se hace lo mismo. En eso la Iglesia ha estado inteligente: ha
manifestado un moderado apoyo al uso del ‘hiyab’, que le permite adoptar aires progresistas y pone una pica en Flandes de cara al debate sobre los símbolos religiosos.
La izquierda ha aceptado esquivar ese debate sobre la naturaleza de
la escuela pública y se ha lanzado a una discusión estéril sobre la
discriminación de la mujer cuyas consecuencias se pueden prever.
Es indiscutible que la norma musulmana consuetudinaria que obliga a
las mujeres a taparse el cabello resulta discriminatoria para la mujer,
al menos desde la perspectiva occidental. Sin embargo cualquier opinión
sobre el uso del velo en la escuela que se sostenga en ese hecho cierto
se enfrentará a dos problemas. El más evidente, la cuestión no resuelta
relativa al grado de voluntad de la mujer que usa ‘hiyab’.
Ponerse a discutir sobre eso no lleva a ningún sitio: como toda
costumbre, ni es por completo impuesta ni es totalmente voluntaria.
El segundo problema dialéctico, menos evidente, es que en nuestra
cultura también hay costumbres más o menos impuestas que discriminan a
la mujer. Abordar el debate del velo desde esa perspectiva obligaría
también a discutir si permitimos en nuestras escuelas el uso de barra de
labios, pendientes o falda, elementos todos que, en la medida en que
son de uso exclusivo de la mujer y tienen originariamente un objetivo
estético cosificador, también suponen una discriminación a la mujer.
En definitiva, creo que abordar la cuestión del velo desde el debate
sobre la discriminación de la mujer impide alcanzar ninguna conclusión y
aboca, necesariamente, a posiciones estéticas, en las que no puede
haber consenso. En el mejor de los casos ese debate terminará por
marginar a una minoría inmigrante ya bastante marginada, y obviará
cuestiones de mucha más trascendencia social que quedarán ocultas.
Frente a ello considero que resulta mucho más positivo abordar la
cuestión desde el punto de vista de la escuela pública. No se trataría
de la eterna discusión de si el ‘hiyab’ o el hábito de monja
son voluntarios o impuestos, sino de qué modelo de educación pública
debe proporcionar un Estado social avanzado y multicultural.
En este punto conviene recordar que los algunos de los principales países de mayoría islámica del mundo no permiten el uso del velo en la escuela,
porque la escuela pública no es confesional. Ni en Indonesia, ni en
Turquía, ni en Túnez, por ejemplo, se permite que las niñas lleven el
pelo cubierto en los centros educativos estatales. Ese dato nos debería
permitir reflexionar acerca de qué es lo que se discute.
En España no se ha discutido aún, de manera pública, un debate claro
y argumentado sobre el papel de la religión en la educación que se paga
con el dinero de todos. Posiblemente cada país necesite establecer un
grado distinto de presencia religiosa en sus escuelas públicas, conforme
a su realidad social y a su tradición; en la misma Francia republicana
no se prohibieron totalmente los símbolos religiosos, sólo los
ostensibles. Aquí es un tema que no ha sido abordado todavía. Habría,
pues, que empezar a hablar, al hilo de la polémica del velo, acerca de
cuántas religiones y cuánta religión cabe en los programas educativos. Y
cuánta religión y religiones cabe entre los estudiantes, y con qué
grado de ostentación. Hasta que se genere un cierto consenso.
Parece que ése es el debate que no le interesa a la jerarquía
católica, que ha aprendido de lo que le sucedió a la comunidad judía de
Francia. En 1989 el Gran Rabino de París protestó airadamente contra la
permisión del velo islámico en las escuelas, porque lo consideraba
discriminatorio para los judíos, a quienes los horarios escolares les
impiden celebrar sus ritos. Al final, la ley aprobada en 2004 prohíbe
tanto el velo… como la kipá judía. Eso sí, en Francia aún se
permite que los estudiantes lleven crucifijos de tamaño moderado, y que
las alumnas se pinten los labios.
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