viernes, 12 de febrero de 2010

Y que salgan las masas a apoyarnos (sobre politicos y ciudadanos activos)

Últimamente se está volviendo a poner de moda que los dirigentes de los partidos políticos llamen a los ciudadanos a echarse a la calle. Como si fueran los ciudadanos, y no los políticos, los que no están en la calle. Cada día aparecen decenas de nuevos llamamientos de este tipo; por los motivos más diversos. En verdad dan voces en el vacio porque nadie salvo sus militantes los lee, o los oye o -peor aún- se lo cree, pero lo siguen haciendo; como si fuera parte del teatro que conlleva el disfraz de político. Seguramente  la mayoría de quienes se dedican a la política sueña con masas de ciudadanos apáticos y sin decisión que sólo están esperando una voz de mando y un dirigente para echarse a la calle a apoyarlos. Lo sueñan despiertos y se creen que ellos son ese lider que los pobres curritos necesitamos.
Si alguien está convencido de una estupidez tan grande no puede ser por mala fe, sino porque en el fondo aún tiene  metida en la cabeza la imagen jerárquica de la sociedad que se inventaron los teóricos del siglo diecinueve. En la época de las grandes revoluciones y el nacimiento de los partidos políticos y del marxismo, esos teóricos detectaron masas inmensas de ciudadanos empobrecidos, ignorantes y sometidos que sufrían las consecuencias de un capitalismo asesino. Eran el proletariado, la gran masa miserable que era el objetivo de cualquier ideología política transformadora.
La teoría de la revolución se sustenta en la idea de que aún existe esa multitud sufriente y que -gracias a la guía unos pocos propagandistas concienciados políticamente- algún descubrirá la luz y, como masa obrera concienciada, se echará a la calle a cambiar el mundo en pos de sus líderes. Ese era el sueño comunista; el que se plasma genialmente en las películas de Eisenstein donde no hay actores protagonistas, sino anónimos ciudadanos concienciados entre los que gracias a unos pocos se extiende, como una epidemia, la revolución.
Los teóricos marxistas gastaron mucho papel (y bosques) discutiendo cuál debía ser la función de esa vanguardia política que sirviera de guía al resto. Todos estaban de acuerdo en que, con líderes o sin ellos, hacía falta una minoría consciente cuya tarea de agitación despertase a las muchedumbres sometidas, y los militantes políticos se atribuyeron esta tarea. El modelo socialista de partido político caló en la sociedad y fue copiado por todos. Con el tiempo en las sociedades con democracia electoral se instaló un modelo de partido de pocos militantes y millones de votantes. Es el momento del auge de la ficción de la representación. Parece que es intrínseco a este sistema el que los militantes políticos acaben creyéndose que realmente existe aún todo un pueblo ignorante que vive a la espera de sus ideas, de sus indicaciones o de sus órdenes. Dispuestos a salir detrás suya cuando llegue el día.
No se dan cuenta, en primer lugar, de que la inmensa mayoría de los ciudadanos vota con resignación; porque no hay más remedio que elegir a alguno de los que hay. Pero con una desconfianza profunda hacia ellos y, desde luego, sin ninguna ilusión por sus siglas. Así que poca gente hay dispuesta a seguirlos.
Pero tampoco son conscientes del mundo en que vivimos hoy. La sociedad actual ha cambiado mucho respecto a la de hace dos siglos. En los países “desarrollados”, si existe una masa oprimida, desde luego que no es iletrada y que la explotación se articula esencialmente a través del consumo. Los consumidores, impelidos a rodearse de comodidades supuestamente imprescindibles y a entregar sustanciosos intereses a los bancos, tienen algo de muchedumbre sometida, pero no son ignorantes ni es posible tratarlos con el paternalismo  de los políticos tradicionales.
Pese a esa evidencia, cualquier búsqueda rápida por Internet muestra centenares de llamamientos a la ciudadanía cada semana. El tono, siempre es el mismo: “la cosa está fatal y llamamos a todos los ciudadanos a que salgan a la calle”. Oiga. ¿Quién me llama? ¿los partidos políticos? Resulta muy extravagante. Se presentan a las elecciones para ser ellos quienes dirijan la sociedad, para ejercer poder sobre los demás y aún esperan que las multitudes se echen a la calle a apoyarlos. Son unos ilusos y encima demuestran no poca prepotencia. A fin de cuentas quieren ser los jefes y nos piden que nosotros, que seríamos los indios, salgamos a la calle a dar la cara por ellos. ¿Estamos locos o qué?
Por si no fuera bastante con los partidos de siempre, en las próximas elecciones se prevé un aluvión de partidos nuevos. De todo tipo, pero todos intentando presentar imagen de radicales. Son aspirantes a políticos (o sea, a mandar) decididos a pescar algo en las aguas revueltas del desencanto con los partidos tradicionales, e incurren en el mismo error iluminado de creer que la gente se muere por apoyarlos para que manden. Estos son los que más llamamientos hacen a que la multitud de ciudadanos cierre filas detrás suya, y se deje mandar complacida. Y que los voten, claro.
Todos quieren mandar, todos quieren un cargo pero ninguno se pringa en iniciativas realmente decididas a la transformación social cotidiana, sin tanto paternalismo. En una sociedad avanzada, donde el nivel cultural aumenta de modo lento pero constante y donde pese a agujeros de la sociedad del bienestar se están implantando las nuevas tecnología, hace falta más trabajo en red, más luchas concretas, y menos protagonismo. Las masas no van a salir a la calle para apoyar a cuatro candidatos que se ofrecen como capitanes. La masa, si existe, necesita articularse en multitud de luchas cercanas, útiles y compartidas. No es el momento de alternativas electorales que son más de lo mismo, aunque sea con distinto collar, sino de iniciativas que no buscan los votos, sino la transformación.
La única política con futuro, seguramente, es la que se hace desde abajo y para abajo. Grupos que intercambian ideas y se organizan entre sí para distintas batallas; pequeñas y grandes. Da igual que sea porque construyan una biblioteca, para que no tiren un barrio, en apoyo de una activista en huelga de hambre, para frenar un ERE en una empresa, contra la guerra o por la conciliación laboral. La gente organizada dentro del sistema y  sin ambición de ser alcalde o diputado son las masas actuales. Son los grupos difusos que trabajan en red los que están cambiando la sociedad: los que frenan la guerra, crean conciencia medioambiental o consiguen la igualdad de género. Los políticos electorales se limitan a ir detrás, recogiendo lo que pueden del trabajo de estos grupos y obsesionados con arañar votos, no con cambiar las cosas.
Estos políticos a la antigua, que se nos ofrecen como alternativa y nos llaman a luchar por ellos, se van a quedar evidentemente solos en sus llamamientos. Esperan ver acercarse una multitud que subirá las alamedas enarbolando banderas rojas, verdes o amarillas pero en lugar de ello sólo llegan montones de amigotes con el carnet del partido en la mano. Como ellos.

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